GAMONALES EN PALMIRA
¿Existen gamonales en los pueblos colombianos? Lea con detenimiento este artículo de J. R. Castaño, de gran utilidad para conocer un fenómeno colombiano, que a todos atañe, en especial a Palmira. Gamonales y política van de la mano. Cualquier parecido con la realidad, es mera coincidencia, más para nosotros que hoy enfrentamos denuncias penales, por presunta injuria y calumnia, al “retratar” algunos dueños de “la finca”, ayer llamada Malagana, luego Llanogrande y hoy, Palmira, la capital agroindustrial del país.
MANUEL FERNANDO MUÑOZ B.
CARLOS ALBERTO FRANCO S.
Copia: owhurtado.
¿LA VERDAD O LA IMAGEN?
Los informativos ligeros son los fabricantes de una cultura audiovisual desperdiciada y atrofiada. La imagen publicitaria es la realidad de la nada.. Una verdad vale más que mil imágenes.
La verdad está desempleada en Colombia porque la moda está en la imagen. Esta palabra no designa la representación que se tiene de una cosa. La traducción coloquial es apariencia.
El verbo aparentar es la columna editorial de la información. Las apariencias sacrifican la verdad ante la deidad del simulacro. De ese modo, la cultura de los acomplejados se mete en la conciencia de las masas “tele-noveladas”. La figura de un ideal ficticio reproduce la falacia que nutre la sesuda discusión sobre la reelección o la celulitis. La conclusión es digna del himno nacional, tercera estrofa.
“Las almas ni los ojos
si admiración o espanto
sentir o padecer”.
Los medios abandonaron las zanjas, del riego científico y cultural, para convertirse en los fines del consumismo desaforado. El grupo empresarial televisivo empeñó la identidad nacional a un producto de marca. La etiqueta es la meta de los montones de conciencias aterradas por el qué dirán.
El icono televisado es el sueño de muchos colombianos. Lo ratifican las filas para hacer el ridículo y las obras de caridad para con los damnificados. La tragedia y la farándula son una oportunidad para aumentar el índice de sintonía. Colombia sin su televisión no existe. La mitomanía le exige un modelo de comportamiento, un dialecto, un cliché, un chiste y la novedad inútil de las quimeras.
El dominio de la propaganda prepagada logró anestesiar a una opinión sin público que está ávida del “chismecito”. Por tanto, no vale la pena escribir del tema de las imágenes informativas. En cambio sí resulta interesante observar como la verdad modifica a la imagen y viceversa.
Antaño un buen artículo producía una guerra civil. En hogaño, un excelente reportaje analiza el porqué las matanzas no forman parte integral de la guerra civil. El editorialista desintegra la realidad con conceptos incompresibles. Por ejemplo, “la ubicación de la zona en conflicto forma parte del ámbito degenerativo del factor social del narcotráfico. Este proceso le pertenece a los estudios de la antropología social y filosófica”. El lector coloca su cara de asombro, y el país virtual se inclina ante el nuevo ídolo de la dialéctica.
El periodismo romántico jamás hubiera permitido ese tipo de discurso diseñado para hablar sin decir nada. El experimento es fácil. Basta con usar el azar y tomar de la hemeroteca los viejos semanarios. El resultado muestra el remedio para combatir a la amnesia. El olvido es la forma negativa de la imagen sin memoria.
Don Antonio Nariño fundó en Santafé de Bogotá el periódico La Bagatela, y con una editorial tumbó al gobierno de Tadeo Lozano. Por fin algo decente en medio del sainete de la mediocridad decimonónica. La Bagatela Extraordinaria, del jueves 19 de septiembre de 1811, se tituló: “Noticias muy gordas”.
El redactor alerta que la patria está amenazada por tres puntos y confirma la noticia de que el virrey Benito Pérez no es a Panamá sino a Santa Marta a donde viajará con la Audiencia Antigua de Santa Fe, y agregó un dato perenne en la conducta de los funcionarios oficiales. “...Talledo ha fugado para Santa Marta con su familia, y seis mil pesos que le había confiado el gobierno de Cartagena para la composición del Dique...”
La realidad del siglo XXI está calcada de ese párrafo. Es suficiente con cambiar el nombre del empleado. La noticia continúa vigente en el comportamiento político criollo. Y si existe una duda metodológica es bueno observar otro caso.
El periódico El Telégrafo, marzo 2 de 1875, publicó en Palmira (Valle del Cauca) un artículo sobre los tres tipos de gamonales que existían en Colombia. Son muy interesantes los modelos dos y tres.
“...La otra especie de gamonal es un animal venenoso. Por regular es un hombre lleno de plata (¡adquirida Dios sabe cómo!) y que compra con ella el poder.
Éste se contenta con ser el amo de la primera autoridad del lugar, hacerse elegir diputado a una legislatura, esto por lo que respecta a la política, por lo demás es hombre corrompido que compra la inocencia para prostituirla. Que no tiene embozo alguna para arrancarle a una familia la felicidad, la tranquilidad. Sin embargo, éste no es el peor. Éste es el gamonal ‘bandido.’ Se ha hecho célebre por medio del crimen su ferocidad, lo terrible de sus venganzas le han hecho conocer.
Su vida gamonalicia empieza por algún horroroso asesinato u otro crimen semejante; crimen de aquellos que aterran a una sociedad. El gamonal bandido es generalmente un hombre cerrado de mollera, entregándose a consecuencia de éstos en manos del primer intrigante. Hace el mal únicamente por complacer a los que explotan su ignorancia...” Estas líneas son el retrato de los intocables. Ellos se presentan ante las cámaras para pedir paz por la causa de la democracia. Lástima de las plumas heroicas porque la verdad causa ampollas.
La prensa del siglo XIX usó su sangre como tinta. Los planteamientos ideológicos fueron defendidos con verdades varoniles y no con pantomimas de pasarela. Los dos artículos, por una macabra coincidencia, precedieron a la guerra civil.
La primera, en 1812, entre centralistas y federalistas. La segunda en 1876. Los conservadores y el radicalismo no se pusieron de acuerdo sobre los estamentos de la libertad de imprenta, entre otras cosas.
Los periodistas pioneros dejaron de ser la tea que alumbraba para ser la antorcha del incendio. En la actualidad, no sucede ni lo uno ni lo otro porque la vida es cuestión de imagen. La imagen vende, eso es todo. Y cuando la vida no vale, la muerte tiene precio. Esa parca incluye la defunción de la calidad informativa.
El ejemplo está en los revendedores de papel. El hecho es tomado de un diario bogotano que posee tecnología de punta y directores de avanzada.
El 28 de marzo de 2005, el periódico Hoy publicó, en primera plana, una imagen del voluptuoso busto de Tatiana de los Ríos con un titular digno de la crónica roja: “Pesadilla por alcohol”. El desarrollo de la nota, sobre el choque del vehículo de la modelo, ocupó cuatro páginas. El caso de la bella víctima de la cursilería desplazó a las noticias, duras y puras, que debieron colgarse en el archivo de los desechos. El chisme es el traficante de la contumelia.
El 29 de marzo de 2005, el mismo tabloide anunció las fotos exclusivas del accidente automovilístico de Tatiana. Nuevamente, los hermosos senos fueron la foto de portada. Se usaron seis páginas para ampliar “la chiva”. El lector de periódicos siente la estafa en el bolsillo. La mujer y el país merecen respeto. La sabiduría popular tiene una frase para designar a ese tipo de sainetes de la desinformación. “Esa nota está entre las cien mil cosas que me importan un bledo”. Total, la imagen demolió a la verdad.
Al aparecer, los medios de información influyen en la opinión pública según el nivel del escándalo en venta.
La prueba conceptual quedó grabada en un canal de televisión que defiende el español con sus silabas en inglés. En ese aparato, alias la Citycápsula, salió un gañán y afirmó: “El TrasMilenio es parecido al tren bala del Japón” (marzo de 2004). Ante esa fúnebre perspectiva sólo queda la risa burlona o el desajuste mental.
Nadie, que use un atlas como asiento, puede decir tamaña blasfemia. La hipérbole, las bromas y la exageración rompieron los límites de la trácala. Definitivamente, el matrimonio entre la apariencia y la payasada es un hecho cumplido. En la noticia urbana impera el disfraz de los simulacros. Para la muestra, un programa de fin de semana.
En abril de 2005, El noticiero Noticias Uno emitió las imágenes de un terremoto en el Japón. La presentadora les pidió a sus televidentes estar atentos para recibir indicaciones sobre las medidas que debían tomar. ¿Los japoneses estaban pendientes de la Red Independiente para manejar su crisis telúrica? La metida de pata, reflejo de la perorata, confirmó que los noticiarios tienen escrito el libreto de la seducción y no de la información.
En conclusión, el dilema de los medios está en influir en la conducta social con una imagen o un sofisma. Ellos aún no han respondido a la pregunta del gobernador romano, Poncio Pilatos, a Jesús de Nazaret, ¿y qué es la verdad? (Juan 18, 38.)
* Comunicador social. Colaborador asiduo de Interacción, ha trabajado en medios de comunicación y es profesor universitario.
Julcas13@hotmail.com
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