“PROHIBIDO PROHIBIR”
Por: Carlos Alberto Franco
La revolución de mayo de 1968 en Paris, dejó a nuestra generación enseñanzas que son imposibles de olvidar. Al movimiento estudiantil en Nanterre y la Sorbona, se unió el sindicalismo y la fuerza obrera, colocando patas arriba al general De Gaulle. Un graffiti inmortalizó la revuelta: “prohibido prohibir”. 40 años después en Colombia se consolida – como paisa incansable en el trabajo y pintor autodidacta – Rodrigo Posada Correa (Ropoco) caricaturista de alto vuelo y más cotudo que el sancocho rozeño y las caspiroletas de las Córdobas. Cuando arribó a Palmira en 1951 contaba con 18 años. Recientemente la Cámara de Comercio le tributó un merecido homenaje al símbolo de la palmiranidad: Ropoco. Sus aficiones, como las describe en su libro de caricaturas “Algo de mí”, son: tertulias, chistes, pesebres, ser amigo de sus amigos y caricaturas. Si por recuperar la “memoria histórica” de nuestro pueblo, muchos damos una lucha desigual contra burócratas, cagatintas y lambones del poder de turno, hoy es hora de apoyar sin titubeos el “arte callejero” que Ropoco nos ha legado. El jefe de control y ornato del municipio Sr. Vargas Mayor, sin temblarle una pluma, bajó de un tajo las pinturas murales de Ropoco, una de ellas abrazando la milenaria ceiba del colegio de Cárdenas, y la otra realizando similar gesto con la iglesia Catedral, ¡Qué despropósito! Pregunto: ¿Contamina visualmente una pintura mural en acrílico, que se adosa a un muro liso de una fachada y que invita a recuperar el amor y la identidad por Palmira? Si Vargas Mayor – que ni siquiera atiende las órdenes del alcalde Castro – se pasa por la faja los más elementales criterios del arte y la comunicación, la estética y el buen gusto, borrando de un plumazo la obra de Ropoco, razones tendrá. Es seguramente el “coletazo” de su fallido esfuerzo por bajar y suprimir todos los toldos y parasoles del comercio central. Si ya perjudicó a miles de comerciantes, espera “redondear” su embarrada con el arte mural y pictórico de Ropoco, - según él – violatorio de la ley. Vargas Mayor me recuerda a “Fahrenheit-451” la novela de Ray Bradbury en la cual se queman los libros, la filosofía y los textos considerados subversivos, por el mandamás fachista de turno. Ahora le tocó el turno a Ropoco y a Palmira. No los queman: los borran por contaminantes e ilegales. ¿Cuánto durará en el cargo Vargas Mayor? Seguramente lo que han permanecido los directores de El Bosque Municipal y El Hospital San Vicente de Paúl, motoístas “enterradores” del medio ambiente y la salud pública.
Si el congresista Motoa Solarte les buscara un nuevo empleo, incluyendo al furibista Vargas Mayor, podremos 300.000 palmiranos gozarnos de nuevo el arte callejero de Ropoco y una caricatura mural a la entrada del CAMP, en la cual Vargas le entrega un muro inmaculado a nuestro pintor, para el título de su nueva obra: “ Amemos la libertad.” Quiero gozarme a Ropoco con su overol, su cachucha y sus brochas y pinceles, encaramado en una escalera de guadua, mezclando acrílicos y dibujando a “Batata” y “la loca Margarita” leyendo la proclama: “BUROCRATAS FACHISTAS, FUERA DE COTOLANDIA.”
francodemalatesta@yahoo.com noviembre 25 de 2006
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